miércoles, 7 de septiembre de 2011

11.- LA OBRA DEL CREADOR


“ Por medio de la Palabra se hizo todo (Jn 1, 3)
La experiencia cristiana del domingo es de fiesta pascual, la celebración de la nueva creación, que está comprendida en el designio de Dios al crear el mundo.
El Verbo se hizo carne “en la plenitud de los tiempos” (Gal 4, 4), pero antes, “por Él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres; visibles e invisibles ...todo fue creado por Él y para Él” (Col 1, 16)
Esta visión cristocéntrica del tiempo ve presente a Cristo, Verbo encarnado, en la creación del cosmos, en la nueva creación del hombre redimido y en su retorno glorioso “cuando devuelva a Dios Padre su Reino...y así Dios será todo para todos” (I Cor 15, 24.28)
Cristo ayer, hoy y siempre. Preciosas palabras que cada uno deberíamos aplicar a nuestra propia vida; primero como pregunta, y después como meta y programa. El cristiano es cristiano en la medida que se ha transformado en Cristo. Él es el modelo y nosotros el humilde barro con el que hacer sus copias.
La nueva creación del hombre redimido, nuestra nueva creación, es obra de Cristo, quien por medio de su Espíritu renueva y santifica a los hombres de corazón humilde. Igual que hizo en María, como nos dice la Sagrada Escritura. “El Todopoderoso miró la humildad de su esclava e hizo en mí maravillas”.

“Al principio creo Dios el cielo y la tierra” (Gen 1, 1)
La narración de la creación es una página de gran sentido religioso, un himno al Creador, al que señala como único Señor de todo lo creado, del tiempo y de la historia. Poco importa el ropaje literario con el que el autor sagrado ha revestido la creación; lo importante es la enseñanza religiosa de “Dios creador”.

“Vio Dios que era bueno” (Gen 1, 10)
Este es el estribillo repetido después del relato de cada día de la creación. El reconocimiento de esta bondad es una luz positiva sobre cada elemento del universo, una luz que nos permite entrever que el mundo es bueno en la medida en que permanece vinculado a sus orígenes; que incluso el hombre, después de haber sido desfigurado por el pecado, puede volver a ser bueno si retorna a su Creador. Este retorno depende del uso que cada cual haga del don de la libertad con el que ha sido dotado.
Volver a la bondad primigenia es volver a la bondad de Dios creador del mundo y del hombre. La humanidad necesita volver a la bondad primigenia para acabar con tanta maldad y tanta injusticia que nos rodea.

Así fueron acabados los cielos y la tierra y todo su cortejo. Y, rematada el día sexto toda la obra que había hecho, descansó Dios el séptimo día” (Gen 2, 1-2)
En lenguaje antropomorfo, porque Dios no trabajó ni descansó, se describe la creación, acomodándose al lenguaje de los hombres y para remarcar la misteriosa relación entre el Creador y el mundo creado, proyectando su luz sobre el papel que el ser humano tiene hacia el cosmos.
De alguna manera, el “trabajo” de Dios es modelo para el trabajo del hombre que está llamado, no sólo a habitar sino también a “construir” el mundo, haciéndose así colaborador de Dios.
La realidad sublime, a lo largo de la historia, del desarrollo de la ciencia, de la técnica y de la cultura es la plasmación cotidiana da la misión que Dios confió al hombre y a la mujer, en los albores del universo: “Llenad la tierra; sometedla y dominadla” (Gen 1, 28)
Someter y dominar la tierra significa encender en ella la luz de la bondad de Dios, que ilumine a todos los hombres.
El peligro que acecha al hombre en la construcción del mundo es que se olvide de su origen, se sienta su dueño y señor y le construya únicamente para su disfrute.
Cuando el ser humano se olvida de su origen, se olvida de Dios, se olvida de que no es el dueño sino el administrador de los bienes creados, se olvida de que estos bienes son para subvenir a las necesidades de todos, no solamente a las suyas.


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