lunes, 5 de septiembre de 2011

6.- LA NUEVA ALIANZA

Las grandes experiencias bíblicas han conducido y conducen al encuentro con Cristo. Lo dijo Él mismo a los discípulos: “Estudiáis las Escrituras, pensáis encontrar en ellas la vida eterna, pues dan testimonio de mí”, (Jn 5, 39)
Los actuales discípulos vamos al encuentro de Dios por medio de Jesús resucitado. Él mismo dijo de si que era el camino, la verdad y la vida. Los cristianos hacemos en Jesús nuestra alianza con el Padre.
La nueva Alianza
¿Qué significa para nosotros la palabra “Alianza”?
La palabra “alianza” tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento significa: Solidaridad, pacto, fidelidad, unidad, amor.
Vivir en alianza significa amar. Vivir en la fe cristiana implica vivir en situación de amar y por tanto, en situación de alianza. Cristo está con los que se aman, en medio de los que se aman.
Alianza hace referencia a dos personas: Dios y el hombre.

Alianza significa primero el amor de Dios a los hombres.
“Él nos amó primero ( I Jn 4, 19). Dios tiene la costumbre de dar el primer paso, siempre va por delante. La esencia del ser de Dios es el amor, Él no puede dejar de amar. Se ama a sí mismo en su amor trinitario y ama todas las cosas que ha creado, en especial, ama al hombre hecho a su imagen y semejanza.
Abraham recibe el mandato de Yavé: “Sal de tu tierra... a la tierra que yo te mostraré” (Gen 12, 1) Así nace la religión de la Alianza. Desde ese instante Abraham experimenta la presencia de Yavé en la historia de los hombres. La Alianza supone certeza de que “Dios está con nosotros” (Mt 28, 20)

Alianza significa también el amor de los hombres a Dios.
“El amor es el primero y principal mandamiento” (Mt 22, 37-38)
“Oye, Israel, Yavé es nuestro Dios. Yavé es único. Amarás a Yavé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu poder y llevarás muy dentro del corazón estos mandamientos que hoy te doy. Incúlcaselos a tus hijos, y cuando estés en tu casa, cuando viajes, cuando te acuestes y cuando te levantes, habla siempre de ellos. Átatelos a tus manos, para que te sirvan de señal, póntelos en la frente, entre tus ojos; escríbelos en los postes de tu casa y en tus puertas” (Dt 6, 4-9)
En este texto del Deuteromio, el autor sagrado resume, con gran detalle e insistencia, la Ley del amor a Dios.
Jesús lo confirmó: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primer y más grande mandamiento. El segundo, semejante a éste, es: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos penden la Ley y los Profetas” (Mt 22, 37-40)
La parábola del Samaritano (Lc 10, 30-37) enseña no sólo quién es el prójimo sino que el amor es el verdadero contenido de la Ley.

El Decálogo expresa este profundo mensaje: La vida humana no puede desarrollarse fuera del amor.
Si falta el amor, todas las demás virtudes, en caso de haberlas, son inútiles, son como campanas que suenan (I Cor 13, 1). Se engañan los que pretenden cumplir el primer mandamiento pero descuidando el segundo.
Claramente lo dice el apóstol San Juan, tildando de mentiroso al que separa el amor de Dios y el amor del prójimo.
“Si alguno dijere: Amo a Dios, pero aborrezco a mi hermano, miente. Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve. Y nosotros tenemos de Él este precepto: Que quien ama a Dios ame también a su hermano” (I Jn 4, 20-21)
Cuando el Señor juzgue la historia de los hombres seguramente habrá muchas sorpresas.


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