jueves, 15 de marzo de 2012

37.- LA MUJER EN LA IGLESIA PRIMITIVA


A Jesús le acompañaban, juntamente con los discípulos, algunas mujeres: “Yendo por ciudades y aldeas predicaba el Reino de Dios. Le acompañaban los doce y algunas mujeres... que le servían de sus bienes” (Lc 8, 1-3) 

También a los apóstoles les acompañaban mujeres en su ministerio. San Pablo se queja de algunas críticas. “¿No tenemos derecho a llevar, en nuestras peregrinaciones, una hermana, igual que los demás apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas?” (I Cor 9, 5)
Muchas mujeres colaboraron con San Pablo en la predicación del Evangelio y participaron en el trabajo apostólico. En sus cartas nombra a Evodia y a Síntique (Flp 4, 2-3), a Prisca (Rom 16, 3-5), a María (Rom 16, 6), a Trifena, a Trifosa y a Pérsida (Rom 16, 5). Prisca, junto con su esposo Aquila, reunía una comunidad eclesial en su casa (Rom 16, 6)

EL DIACONADO FEMENINO
La existencia de un diaconado femenino es un fenómeno histórico perfectamente documentado hasta bien entrado el siglo VI en numerosas comunidades de la Iglesia oriental, como los patriarcados de Jerusalén y de Antioquia. En el de Constantinopla tuvo alternancias hasta su extinción a finales del siglo X. En la Iglesia latina, el diaconado femenino estuvo menos extendido; en Roma, parece que nunca existió. Puede discutirse si este diaconado femenino era o no verdaderamente un sacramento. Todo hace pensar que sí, el análisis de los rituales empleados así lo confirma: oraciones, imposición de manos por el obispo, la imposición de la estola cruzada sobre el cuello y la entrega del cáliz.
No se plantea el acceso de la mujer al sacerdocio; es una cuestión zanjada por Juan Pablo II, el 22 de mayo de 1994: “Con el fin de quitar toda duda sobre una cuestión de gran importancia que atañe a la misma constitución de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos, declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”.            
Surgen dudas sobre la calificación teológica del dictamen papal, y por tanto, es comprensible que sea un mensaje muy difícil de aceptar por muchos católicos.                                                                                            
La exclusión de las mujeres al sacerdocio no justifica su discriminación en la Iglesia. En cualquier anuario Pontificio se puede constatar la casi total ausencia de mujeres en los organismos eclesiásticos informativos y consultivos, judiciales y ejecutivos, que nada tienen que ver con la “ordenación sacerdotal”. Lo mismo sucede en las Iglesias particulares, a niveles diocesano e interdiocesano.

                              Por un nuevo planteamiento
En la VII asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos (1987) unos padres sinodales hablaron sobre la situación de la mujer en la Iglesia. Casi todos coincidieron en que la mujer no tiene reconocida su dignidad. Monseñor Jean-Guy Hamelin, obispo canadiense, afirmó que “los argumentos utilizados hasta ahora para reservar el sacerdocio ordenado a los hombres convencen poco, sobre todo a los jóvenes”. Varios obispos pidieron la restauración del diaconado femenino y la conveniencia de crear nuevos ministerios a los que la mujer fuera oficialmente enviada.
En la Asamblea de octubre de 1994, el obispo Ernest Kombo, de la república del Congo, pidió que la mujer pueda acceder a los puestos supremos de asesoramiento papal y de responsabilidad de los dicasterios curiales, es decir, al cardenalato. Esta propuesta mereció comentarios irónicos.
En 1995, Juan Luis Ruiz de la Peña, en su libro Crisis y Apología de la fe, decía al respecto: “Si la función eclesial de los cardenales es dar testimonio de fe hasta el martirio, elegir al Papa y ayudarle en el gobierno de la Iglesia, ¿cómo dudar de que hay muchas mujeres idóneas para cumplir esos cometidos tan dignamente como, por ejemplo, los teólogos nombrados cardenales en los últimos consistorios?
En el siglo XIX, la Iglesia perdió a la clase obrera, ¿perderá a la mujer en el XXI?


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