lunes, 5 de septiembre de 2011

7.- LA JERARQUÍA EN LA IGLESIA CATOLICA

El orden de los obispos, que sucede en el magisterio y en régimen pastoral al colegio apostólico, junto con su cabeza el Romano Pontífice, y nunca sin esta cabeza, es también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal (LG 22)
La jerarquía en la Iglesia y el ecumenismo
Decía Pablo VI en 1967: “El Papa es el obstáculo más grave en el camino del ecumenismo”. Desde entonces se han producido algunos cambios:
En la declaración luterano – católica de 1980 se dice: “Los estudios históricos y lingüísticos acerca del significado del dogma; la insistencia –a partir del Vaticano II – en las relaciones colegiales entre el Papa y los obispos, tanto en el plano teológico como en la práctica; la instauración de un nuevo estilo de liderazgo papal por Juan XXIII y Pablo VI..., todo ello puede llevar a los luteranos a comprender que el Papa no es un monarca absoluto”.
La Comisión internacional Anglicano –Católica afirmaba, en 1981: “La única sede que reivindica el Primado universal, que la ha ejercido y sigue ejerciéndolo, es Roma. Parece normal que, en cualquier posible unión futura, el primado universal, tal como se ha descrito, sea ejercido por dicha sede”.

El debate sobre el primado del Papa
Nadie, fuera de la Iglesia Católica, acepta el primado, tal como lo concibe hoy Roma.
“La Iglesia Católica - escribe Tillard – debería releer, en función de este nuevo contexto, las declaraciones del Vaticano I y del Vaticano II sobre el primado romano, que las demás Iglesias sinceramente no creen poder “recibir”.
Juan Pablo II pareció sensible a esta demanda. En la encíclica Ut unum sint dijo: “Escucho la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva. Es una tarea ingente que no puedo llevar solo. Invito a los responsables de las Iglesias no católicas y a sus teólogos a establecer conmigo y sobre esta cuestión un diálogo fraterno, paciente, en el que podríamos escucharnos más allá de estériles polémicas”.
En octubre de 1996, por iniciativa del entonces cardenal Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, tuvieron lugar unas primeras conversaciones exploratorias con interlocutores protestantes, ortodoxos y anglicanos.
Es más que posible, que a lo largo de los últimos siglos, se haya encumbrado demasiado la figura del Papa. No soy quien para regatearle elogios, pues realmente es el sucesor de Pedro, quien fue elegido por el Señor como Cabeza visible del grupo de los Apóstoles.

En mi humilde opinión, creo que también dentro del Colegio apostólico se puede aplicar la doctrina del Cuerpo místico de Cristo. Y llegaríamos a la conclusión de que el Papa preside y confirma en la fe a sus hermanos, los demás obispos, y que la unión de todos en la fe y en la responsabilidad del ministerio es imprescindible para la vida de la Iglesia.
En este sentido, la misión del Papa, más que gobernar personalmente toda la Iglesia o por medio de los Dicasterios vaticanos y Nuncios Apostólicos, sería la de presidir, orientar, guiar y confirmar, prestando su conformidad o su disconformidad con lo que las Iglesias nacionales decidiesen por su propia autoridad, en las diversas naciones.
El Papa es la última instancia en el ejercicio del poder de las llaves. Pero, precisamente por ser la última instancia, no debe ser la llave del Papa la que abra o cierre todas las puertas, es decir la que directamente gobierne todas las diócesis del mundo, aunque lo haga a través del obispo que él mismo ha elegido. Bastaría que cada obispo fuese elegido por su propio presbiterio o conjunto de sacerdotes de la diócesis, y que una vez elegido, sea aprobada su elección por el Papa.
Como vemos, son temas complicados y difíciles, por lo que es necesaria la oración de los fieles para que se produzca con más frecuencia un diálogo sincero, paciente y humilde y para que, a través de la oración, todos abran sus corazones a la voz del Espíritu.


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