domingo, 24 de febrero de 2013

65.- CRISTO, CENTRO DE LA HISTORIA

La preexistencia, la eternidad y la inmutabilidad de Dios contrastan con la encarnación del Verbo, segunda persona de la santísima Trinidad. La Palabra, el Verbo, de eterno y preexistente (Jn 1, 1-3), se hace carne (Jn 1, 14), nacido de mujer (Gal 4, 4), persona en crecimiento (Lc 2, 52), y por tanto, mortal y con una realidad espacio-temporal.

En Jesús es verdadera la eternidad de Dios y lo es también su acontecer de hombre y, por tanto, su espacio, tiempo e historia. En Jesús, Dios y hombre, se hace posible que la historia del hombre sea también historia de Dios.
La creación es el comienzo del acontecer de Dios en la historia. Creando al hombre a su imagen y semejanza preparó un camino para, más tarde, por la encarnación el Verbo libremente y por amor, entrase en el tiempo.
Jesús, por ser el Verbo hecho carne, constituye el centro de la historia y la plenitud de la humanidad.

Cristo, centro de la historia

En el Nuevo Testamento el tiempo se contempla siempre en referencia a Cristo. 
Su venida es el centro temporal de todos los acontecimientos, anteriores y posteriores. Él marca el punto cero de la historia. Él le da su verdadero significado y valor como instrumento de salvación. Esta es la concepción cristiana del tiempo, que viene a ser la posibilidad de que la humanidad, y cada uno en concreto, recorra su camino de salvación. Con Cristo empieza la "era cristiana".

En las religiones orientales 
El tiempo se opone a Dios y a la salvación; hay que huir del tiempo para llegar al Nirvana. La salvación sólo se logrará después de muchos éxodos del tiempo, mediante las reencarnaciones, de forma cíclica y repetitiva.

En el cristianismo
Dios se sirve del tiempo para encarnarse, darse a conocer y regalar su salvación a los hombres  por medio de Cristo.
En el cristianismo la historia se desdobla en tres movimientos:
Primero: Desde la creación a la encarnación. Es un tiempo de expectación, de espera de un gran acontecimiento, sin comprenderlo plenamente: La venida de un Mesías que salvará a su pueblo.
Segundo: La llegada del Mesías en la persona de Jesús, Hijo Unigénito de Dios, según su naturaleza divina, e hijo de María, según su naturaleza humana. En Él se cumple toda la expectación del Antiguo Testamento.
En Cristo se injertan lo humano y lo divino en una sola persona. Cristo pasó por el mundo haciendo el bien, manifestando el verdadero rostro del Padre y enseñando la Buena Nueva a los hombres; no se la impone sino que se la ofrece para que, aceptándola por el bautismo, adquieran la condición de hijos adoptivos de Dios, su Padre.
Tercero: Un tiempo de expansión, desde la resurrección de Jesús hasta su segunda venida, al fin de los tiempos. Es el tiempo de la Iglesia, sacramento de salvación para toda la humanidad.
El misterio pascual de Jesús, con su muerte y resurrección, es la coronación de la historia; es como la batalla decisiva de una guerra que no terminará hasta la parusía, pero que ya está ganada.
El tiempo hace posible que cada uno se apropie de la gracia y de los méritos de Cristo, construya su propia historia de salvación y que  se esfuerce para ofrecer la salvación a los demás.
La resurrección de Jesús da pie a la esperanza, fundada en la convicción de la victoria y de la posible salvación para la humanidad.


Anterior: Quién es Jesús?
Siguiente: Jesús, único Salvador del mundo

No hay comentarios:

Publicar un comentario